miércoles, 4 de mayo de 2016


Confluir e ilusionar: necesitamos las dos cosas

03 may 2016
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Vaya por delante que la perspectiva de un encuentro electoral entre IU y Podemos me parece una muy buena noticia. Me parecería aún mejor novedad que este encuentro se ampliara al conjunto de fuerzas significativas dentro de la izquierda alternativa. Eso significaría una coalición más amplia con una perspectiva estatal que integrase de manera creativa la diversidad plurinacional de nuestro estado.
Lo que la mayoría de las encuestas reflejan, hasta el momento, es que esa posibilidad electoral sería la única novedad significativa en la próxima cita ante las urnas. Un acuerdo amplio de las izquierdas alternativas sería la manera de introducir una variable de cambio que alterase la química política producida por este interregno electoral. Uso la expresión gramsciana de interregno con la conciencia de que vivimos un tiempo crítico de conflicto entre lo viejo y lo nuevo y estas elecciones son un eslabón significativo en esa pugna y en su eventual resolución.
Si esa situación de acuerdo electoral no se produjera el balance electoral previsible no sufriría alteraciones significativas: desplazamientos menores de votos al interior de los bloques izquierda y derecha y un mapa electoral muy similar al de las elecciones de diciembre 2015.
Eso significaría una victoria llamativa de los “partidos del sistema” frente a las opciones de cambio. A estas alturas no debería haber ninguna duda de que el esquema nueva-vieja política aparece claramente subordinado al tradicional e inmarcesible eje izquierda-derecha.
Una repetición del escenario sería una presión adicional para favorecer la gran coalición o una coalición ampliada entre los diferentes partidos del sistema. Si eso ocurriera sería devastador para el imaginario social crítico, para la conciencia política de los millones de personas movilizados en nuestro país desde el 15M y también para la dimensión europea de la resistencia y la alternativa: frente al avance de la extrema derecha, los países del sur son hoy el último bastión de una conciencia de izquierdas en condiciones de confrontar con ese “egoísmo del bienestar” que se esconde tras el aumento del voto xenófobo.
Por otra parte, se habría perdido una oportunidad para intentar modificar algunas de las políticas que más daño y sufrimiento han producido en el conjunto de la población. En fin, una derrota en toda regla de los sectores populares, de la conciencia crítica y de la relación entre movilización y representación política.
Frente a esto se argumenta la utilidad de que las elecciones pongan a cada cual en su sitio vía el refrendo electoral de sus políticas. No es un argumento banal y conviene considerar el malestar que ha producido en sectores propios y ajenos una gestión tan superficial como arrogante del resultado electoral por parte de Podemos o torticera y tramposa por parte del PSOE.
Conviene no olvidar la autosatisfacción con la que fue celebrada la primera sesión del congreso de los diputados; incluso hubo quien se atrevió a elevar ese momento -bebé incluido- al altar de las rupturas epistemológicas en el continuum de la política pública. Y quien recuerda también que no se puede insultar reiterada y sañudamente a aquel con quien quieres negociar.
Pero no es menos cierto que el PSOE presentó un programa propio de gobierno que ya sabía que incumpliría porque estaba proyectando una estrategia en la que la izquierda alternativa estaba invitada como palmeros de una fiesta ajena. Una manera más de incrementar significativamente la desconfianza a quien ya no la merece.
Mi impresión es que siendo todas estas cosas ciertas, entretenerse en ellas considerando que son lo sustancial del debate de hoy es mirar la realidad con las gafas de ver de cerca. Una óptica cortoplacista justo en el momento en el que nos jugamos una opción, una posibilidad, de producir una situación políticamente insólita y que abra nuevas perspectivas.
Obviamente, el desafío de una coalición amplia de las izquierdas alternativas no es superar al PSOE, aun cuando este hecho generaría un nuevo espacio de conflicto político y partidario inexplorado y prometedor. Pero el enemigo es el PP y sus políticas indignas y miserables. Si la perspectiva es recuperar políticas para la mayoría social, entonces el concurso del PSOE se hace casi inevitable y la única manera de asegurar que ese escenario es, al menos, pensable, solo se producirá a condición de que la situación cambie respecto a las pasadas elecciones. Si no hay cambios, la gestión del próximo tiempo político quedará en manos de los partidos del sistema, exclusivamente.
Aceptar esa consecuencia dando prioridad a las pequeñas cuitas en el seno de la izquierda o al interior de cada partido es un enfoque demasiado próximo al tacticismo para resultar relevante.
Pero sería un error mayúsculo dar por bueno que el resultado de una coalición de esas características, tiene un suelo electoral que sería la suma de los votos que se produjeron entre las diferentes fuerzas en las anteriores elecciones. Eses es un espacio por ganar y para hacerlo no vale cualquier cosa. En este momento la visibilidad del proceso y los procedimientos son tan importantes como el hecho de la confluencia en sí mismo.
Las mismas encuestas que inducen al optimismo electoral llaman la atención sobre la desconfianza que existe en muchos sectores, de al menos Podemos e Izquierda Unida, respecto al sentido último del acuerdo. Es un malestar que tiene que ver con una gestión incomprensible del patrimonio propio en el caso de IU y de una estrategia fracasada por la parte de Podemos en la anterior etapa. No es por nada que en muchos sectores hay más expectación que alegría, sin dejar de considerar que se pueda tratar de una buena noticia.
Ganarse no solo a esos sectores, sino hacer posible que el conjunto del proceso pueda resultar ilusionante y tenga un efecto multiplicador sobre las expectativas electorales, no está ganado ni mucho menos. Y conviene advertir que una mala gestión de este patrimonio de ilusión asociado siempre al encuentro de las izquierdas puede sufrir un varapalo irrecuperable si las cosas no se hacen medio bien, al menos.
Y hacerlas medio bien no es tan complicado. Significa tomarse en serio la participación y opinión de la gente y por lo tanto, hacer procesos de consulta sustanciales, esto es, sobre el conjunto del acuerdo y no solo sobre las intenciones del mismo; significa no dar por supuestas las listas existentes, hay tiempo y condiciones para abrir un nuevo proceso de primarias que permita una participación masiva e inclusiva; significa abrir un proceso de debate y aprobación de un programa participado; significa respetar en el fondo y en las formas las diferentes “mochilas” que pueden integrar este viaje compartido; significa pensar la dimensión estatal del proyecto de manera que haya más actores que coincidan y sobre todo, mucha generosidad en los aspectos visibles del entendimiento: La importancia de las siglas o su falta de importancia debe ser igual para todos.
Este proceso de confluencia, para resultar creíble, debe enfrentarse al desafío de construir un “nosotros/as” en el que poder reconocerse. Y esa identidad no puede darse por conseguida por el simple hecho de que aparezca en los periódicos la expectativa de un acuerdo. Llegados a este punto las exigencias de responsabilidad no están simétricamente repartidas: hay un: “los de arriba y los de abajo” en la decisión política que no puede ser obviado. La confluencia es el objetivo y la ilusión el camino para conseguirla.

jueves, 11 de febrero de 2016

Entre la prima de riesgo y la Orden Constantiniana

11feb 2016

Pedro Chaves

El procaz Ministro del Interior, dios se apiade de él, ha dejado por un momento de invocar al altísimo y a Santa Teresa de Jesús para colgarse de la percha de ETA. Es el gesto de este piadoso y temeroso hombre de iglesia que fue coautor, nada más y nada menos, que de un libro de homenaje a Sor Patrocinio, la famosa monja de las llagas, ultraconservadora y manejanta religiosa de la corte de Isabel II, en tiempos en los que ser muy conservador y manejante era cosa que daba pavor y quitaba el resuello o la vida, no como ahora.
Su piadoso temor a que su querida España caiga en manos de impíos se parece demasiado al uso que el poder hace habitualmente del miedo. De hecho ha venido a mencionar uno de los últimos demonios que quedaba por convocar ante la posibilidad —todavía remota— de un gobierno de progreso y reformista en España, sea lo que sea que esto quiera decir.
Podría haberlo enunciado como: todos los que quieren poner fin a la situación de violencia latente en Euskadi desean que el PP no siga en el Gobierno. De lo que se deduce, más bien, es que el PP no ha hecho nada en todo este tiempo para terminar políticamente con la situación porque, quizá, pensó en sacar el espantajo de ETA en algún momento. Y ahora ha llegado ese momento.
Es uno más de los demonios, de diferente importancia y condición, que se han sacado -y aún conoceremos más- en estos días, alertando a la población de un apocalipsis inminente: un gobierno que no sea el del PP. Adviértase que ese Gobierno alternativo al del PP podría estar formado incluso por Ciudadanos, cosa que no está descartada en absoluto. Así es que lo que irrita al poder clericalizado, a la España de cerrado y sacristía es perder el poder. Nuestra ‘derechona’, la neoliberal madrileña y corrupta; la casposa y corrupta valenciana; la casposa, corrupta y caciquil gallega y de otros lares siempre consideró el poder como propio, como su cortijo,  como su hacienda.
Ni siquiera en estos tiempos de globalización, de pérdida de prestancia y sustancia del poder regaliano del estado; de lógicas difusas y gobernanza multinivel, se resigna la derechona a ceder en sus privilegios. Sabemos por el humo de la corrupción, que la hoguera de la riqueza arracima a su alrededor a muchos de los que hoy vociferan contra un Gobierno que no sea el de los suyos. Sus escaños en el Congreso y en el senado, los signos de ostentación frívola de su riqueza concedida, sus regalías en grandes empresas, su oído a los de abajo, atestiguan esta colusión de los meapilas de toda suerte y condición con el poder económico al que sirvieron con, al menos, tanto amor y dedicación como al dios al que dicen honrar.
Y al atronador murmullo de los poderes reales, se suma cual soldado de élite, la famosa prima de riesgo. Este incómodo familiar que conocimos hace apenas unos años y del que ignorábamos su enorme poder para condicionar las opiniones y voluntades de los gobernantes.
Nos dimos cuenta cuando el titiritero de entonces montó un espectáculo que terminaba con una pancarta sobre un tal: artículo 135 de la Constitución. La hazaña teatral avergonzó a la democracia misma y a su santa madre (la de la democracia).
Y la ronca y estridente voz de la prima de riesgo vuelve a provocar el espanto en los mercados. Y éstos se agitan y huyen despavoridos dejando un temor que se expresa en bajas continuas del IBEX 35 y otros indicadores bursátiles. Nunca pudimos imaginar que nuestra suerte, vida y riqueza estuvieran vinculadas a personaje tan inestable, inseguro y atemorizable como el mercado. Pero siendo así, no queda sino preguntarnos ¿por qué?
¿Por qué los siervos de la Orden Constantiniana, como el ministro del interior, o la prima de riesgo y los mercados invocan el miedo frente a una decisión democrática? ¿Qué temen la iglesia y el mercado? ¿temen acaso por la demostrada coherencia y creciente credibilidad del Partido Socialista? Es difícil contestar estas preguntas.
No obstante, leída la propuesta del PSOE y dando por bueno que un gobierno progresista y reformista llevara adelante un programa de Gobierno con esos mimbres, lo que podría entender sería el contento de los millones del común que verían su vida mejorada con algunas medidas expresadas en esas propuestas y que, quiero creer, serían mejoradas y concretadas con la incorporación a ese gobierno de las “fuerzas del cambio”. Creo que a la ‘derechona’ no debe importarle tanto el título del sillón en el que las fuerzas del cambio aposenten sus —desde ya— respetados traseros, como el hecho mismo de figurar en nómina como ministros/as.
Dejo para otros el entretenimiento de saber si un gobierno así encaja dentro de las virtudes teologales que la Santa Inquisición de izquierdas exige a los puros. A mí me basta y me sobra, por ahora, con ver la alegría de muchas gentes cercanas y queridas que no pueden creerse que se vaya a derogar la Reforma laboral, que pueda ponerse en marcha un programa de emergencia social para los más necesitados o  que vaya a discutirse en Europa la flexibilización del déficit público. No es mucho, pero comienza por parecerse a algo. Y para los sin nada es más que mucho.
Y confieso, si lo confieso, que me sube la bilirubina cuando escucho al ministro constantinizado y a otros próceres de la caverna oscura de la España cutre invocar a los demonios para atemorizar el manso corazón de los españoles y españolas. Y casi que también me pone el ruido tronador del miedo de los dineros, inseguros y asustadizos. Ojalá les demos buenas razones para convertir el temor como amenaza en una realidad de cambio para millones de personas, más pronto que tarde si fuera posible.

lunes, 18 de enero de 2016



Las izquierdas en el pantano… y sin embargo

Pedro Chaves Giraldo
Asesor parlamentario de la delegación de Izquierda Plural en el Parlamento Europeo
En El Mar de las Sirtes Julien Gracq dibuja un maravilloso y narcotizante fresco de un país –Orsenna– sumido en una lánguida molicie, anclado en el icónico recuerdo de un momento de su historia que sirvió como momento constituyente de su gloria pasada; sometido ahora a un sopor ancestral y decadente que apenas alcanza a esconder la herrumbre y el moho que castiga los cimientos de ciudades y almas. En esa pesadez insoportable encontramos, también, a Marino, el Capitán del Almirantazgo, la fortaleza que “protege” su frontera exterior frente al eterno enemigo Farghestan. En realidad su protección consiste en asegurar que las cosas sigan como están, que nada se mueve ni se cambie, que la polvorienta cartografía del “Cuarto de los Mapas” siga acumulando polvo durante más años.
Así siguen apareciendo las izquierdas y con la misma pesada letanía se repiten los discursos y enunciados que llaman a la renovación de la misma, a su reinvención, a su refundación o palabros igual de grandes y escasamente sustantivos. Conceptos que a pesar de su voluntad subversiva acumulan el lodo de un largo camino transitado. ¿Cuántas veces hemos oído ya esas expresiones? Significantes con etéreos significados, un prêt-à-porter ideológico para consumir en momentos de ansiedad organizativa.
Después de las elecciones las izquierdas se fracturan de acuerdo a ejes de conflicto que, sorprendentemente, aparecen al margen de la evidencia de los datos y de las expectativas creadas por las elecciones. Si en las elecciones generales de 2011, las fuerzas de la derecha con representación parlamentaria, consiguieron 13.407.888 votos, en esta ocasión han acumulado 11.583.062 sufragios; las izquierdas sumaron entonces 9.595.551 votos frente a los 12.460.887 sufragios de ahora. Un incremento de 3 millones de votos para las izquierdas. Y si miramos más allá de nuestras murallas, la impugnación de las políticas de austeridad no admite dudas ni matices. Cualquier compromiso con la gestión irresponsable, antisocial y corrupta del Partido Popular sería un disparate de dimensiones descomunales.
Pues bien, frente a la evidencia de la apertura de una nueva situación, de la creación de una expectativa real –social– de cambio, los partidos de izquierda se aprestan a sus propios ajustes de cuenta internos convirtiendo, una vez más, las buenas noticias en una justificación para algún oportuno aquelarre. Va en nuestro ADN esta vocación cainita y despiadada. Que la política no es agradecida puede tolerarse, que sea así de cruel e indiferente forma parte de elecciones morales cuyo único amparo es la racionalidad del poder, la lógica del ganador-perdedor, en fin, la vieja, viejísima política.
Si al final del cuento, el fresco impulso del 15-M, el empoderamiento político de una generación, la extensión de lógicas participativas y horizontales, han servido tan solo para producir un relevo generacional y agitar un poco –no mucho– el tablero, menudo fiasco.
Aún es peor si en nombre del acercamiento a lo nuevo se tiran por la borda no solo las mochilas de nuestro peregrinaje por la historia, sino también una parte de las sensibilidades y gentes con las que construir un nuevo entramado emancipatorio. Si la reivindicación de lo novísimo se instituye sobre el cadáver de lo próximo, seremos el Vad Dracul de la política: afirmar el nuevo poder previo empalamiento de 3.500 representantes del status anterior.
Sobre la base de esas prácticas no se constituye nada nuevo, solo una aburrida continuidad con lo peor de lo viejo. En lugar de repensar con Maquiavelo deberemos leerlo al dictado. Si esa vieja lógica se impone además con conocimiento de causa tendremos la dosis moral de cinismo adecuada para que la risa de la historia nos reviente los tímpanos.
Persistir en los viejos axiomas, en las viejísimas prácticas del poder de siempre, el de toda la vida, es castrar la emancipación, es tirar por la puerta la democracia, la participación, la horizontalidad, el empoderamiento y todas esas cosas que, pensábamos, habían sido aireadas y reivindicadas por el espíritu del 15-M.
Dar por bueno que la única política posible, después de todo, es la que representa Frank Underwood en House of cards es, que no quepa ninguna duda de esto, un servicio a las oligarquías y al sentido común hegemónico, un doblar el espinazo ante la cultura dominante de las clases dominantes. Da igual lo que se diga después o lo que se escriba en los programas: se habrá renunciado a la emancipación.
Las izquierdas necesitamos ejercitar la tolerancia, el pluralismo, la diversidad, la democracia con sus consustanciales riesgos y la integración. Este es el eje sobre el que se articulan las nuevas ideas, estas son las señas de identidad de un proyecto que quiera, de verdad, doblarle el pulso al poder de siempre e invertir la lógica excluyente de la historia. Lo otro, es un recambio de elites. No es que esto sea poco, pero ¿es lo único que pretendemos?
Hay una demanda de encuentro y confluencia en las izquierdas que se ha expresado en estas elecciones con meridiana claridad. El que no quiera verlo niega una evidencia palmaria, del tipo la redondez de la tierra. Pero no está escrito cómo transitar ese camino para culminar con éxito. No obstante, podemos balizar el itinerario para orientarnos sin perdernos: ¿el proceso es inclusivo o excluyente? ¿Es un proyecto entre iguales o es un trágala del que más puede? ¿Es un ajuste de cuentas o un empeño por sumar lo diferente? ¿Está basado en el máximo de participación posible y en el empoderamiento de los actores participantes o es un proceso que descansa en las negociaciones secretas entre personajes influyentes?
No son preguntas inocentes ni ingenuas. Son indicadores de calidad de un proceso democrático digno de tal nombre.
En fin, nada produce más congoja en estos días que escuchar en comidas, cenas, vinos y cañas la cínica aflicción de jóvenes-prematuramente-envejecidos que apuran el trago amargo del cáliz del desengaño político: las cosas son como son, dicen. Si eso fuera así, habría que invitarles amablemente a que los de siempre siguieran haciendo su trabajo, a fin de cuentas tienen más experiencia.
Mejor si intentamos hacer las cosas de otra manera. Hay no una, sino varias oportunidades para que las izquierdas se reivindiquen y hagan valer el resultado electoral. Es decir, para que conviertan en políticas públicas la voluntad de cambio de la ciudadanía. El 15-M convirtió la indignación en política, ahora es la oportunidad de hacer de la esperanza un proyecto de cambio.
En la quietud del Mar de las Sirtes, en su asfixiante ambiente se fraguaban, sin embargo, cambios de relieve. No permitamos que los Marinos, los guardianes del statu quo –aunque invoquen a los vientos del cambio–, nos amarguen la oportunidad de vivir en una sociedad mejor.

8/01/2016 en Público
http://blogs.publico.es/otrasmiradas/5830/las-izquierdas-en-el-pantano-y-sin-embargo/